martes, 28 de junio de 2022

Cajera

- ¡Esto es un atraco! - ¿Cómo? – - ¡Sí, manos arriba, la bolsa o la vida! - Puede que lo sea. Nunca se sabe -dijo alguien. -Bueno, a ver, entiéndase bien la situación, con un poco de paciencia y sus conjeturas. Llegó él al supermercado con un hambre de muerte y las ansias locas por cubrir sus necesidades más perentorias, pero ocurrió que sin esperarlo se cayó de bruces todo su mundo, las urgencias que le acuciaban, la bulla que le empujaba, el desespero, en suma. No resultaba sencillo aquilatar lo acontecido, desempolvarlo, dado que había que destripar todo el maremágnum de cabo a rabo. Y no había más remedio que colocarse en el meollo de la situación, tirándose de cabeza a la piscina de los hechos, a la cuestión palpitante, abriendo de par en par el melón. Y todo aquello empezó a rodarse cuando ella, toda chispeante y coqueta salió a la palestra con aires de Juana de Arco, en su cometido como cajera del supermercado. Las respuestas que emitía tan contundentes y concisas turbaban a cualquiera, (N) y él no iba a ser menos, de modo que le paró los pies en seco comprando, no se lo creía, quedando enredado en su serpentina de algarabía carnavalesca con sus alegaciones como cajera, tan angelicales y solícitas que lo despojó de todos sus convictos argumentos, apartándlo de lo trillado, del hastío cotidiano, de los contenedores del viento. Ella, categórica y certera, atizaba su lumbre como otrora el Divino Maestro a San Pedro cuando caminaba por la superficie de las aguas marinas diciéndole, no temas, ten fe, sigue caminando, y de esa guisa exhibía su varita mágica, parando los impulsos de la corriente del Golfo que a él le ahogaban, y lo logró con una mirada serena y cauta de avezado piloto en los más crudos temporales, y los perfiles parlamentarios de su apabullante fuerza de espíritu, abriendo el corazón del cliente con un sensacional positivismo vital derrochando un irresistible entusiasmo, ofreciéndole generosa todo lo que estuviese en sus manos y muchísimo más. Se pararon al unísono todos los relojes del municipio con sus salidas de tono tan imperiosas y creativas, fulminando las malas pulgas que traía el cliente, las broncas, la cicatería humana, mostrando su persona en el mercado en liza todo un océano de transparencias, comprensión y servicio eclipsando los astros, satélites y corazones que por allí bullían, adueñándose con mano maestra de los tiempos y pasos a seguir, generando un escenario de emociones y sorpresas, y ofrecían besos de empatía a diestro y siniestro, dando una lección de vida con hechuras casi supra terrenales, brotando a raudales de su manantial en estos tiempos tan burdos que corren. Por la puerta grande de la tienda salió como una heroína, exclamando a los cuatro vientos la gente allí presente, olé, olé por sus excelsos vuelos y el talento del que hace gala la envidiable cajera, con sus salados ojos de mar y edificante compostura, exhalando indescriptibles resplandores de sueños y certeras esperanzas. No había palabras. Mañana será otro día, y volverá a salir el sol para todos los seres vivos, mas los soplos de su savia de vida no se repetirán con exuberancia en el mundo, porque su transparencia, buen hacer y gracejo la hacen única como aquí se cuenta, y con la ilusión y fundada espera que tales avatares del viaje de la vida cuenten.

domingo, 15 de mayo de 2022

Crónicas de un pueblo o el cartero de Neruda

Emulando al pescador de Isla Negra, que cambió de oficio para hacerse cartero esperando que Neruda le dedicase un libro, y sentirse altamente recompensado por ello, en cierto modo podría establecerse un parangón con los pálpitos guajareños que aquí nos ocupa. Aunque sin abandonar el oficio de labrador, se hizo cartero de los Guájares (mi progenitor) llevando en la valija no ha mucho tiempo cientos de misivas impregnadas de sal, sudor y anheladas noticias, auténticas cartas de amor en las que se dibujaban los desconchones del alma o acariciadas primicias provenientes de los puntos más lejanos, y llegaban revoloteando cual golondrinas en primavera, en unos tiempos ortopédicos, huérfanos, llenos de silencios o raras coyunturas. Hoy venimos con humildad pero con la mejor intención a regar las áreas de descanso, donde habita el espíritu o el olvido, encendiendo una llama, aportando un granito de arena a fin de fortalecer las raíces fondoneras, y broten savias nuevas, que apuntalen con pujanza los cimientos de los días, multiplicando los frutos y el regocijo, enterrando injusticias, paro, violencias de género o desafecciones a flor de piel. No es fácil adaptarse a las fieras embestidas del mar de la vida, que achuchan hacia la incertidumbre, la Torrentera o el Managüelo, por donde corrían, como liebres, los chiquillos hasta hace poco en sus juegos, el tiempo vuela, o pasaban con las bestias, serios, los mayores, aunque tal vez sea mejor ubicarse en la puerta del Pósito donde se cocinaban los más ricos guisos y caldos, desvelándose secretos, inconfesables aventuras entre trago y trago, congregándose los vecinos mayormente en días de fuerte lluvia, y se hablaba y escuchaba lo que merecía la pena, contratos de trabajo, la salud delicada de algún vecino, el precio de los frutos, el sorteo de Navidad o las hazañas deportivas del Madrid o Barsa, como en esta noche sin ir más lejos, comentándose así mismo los estragos naturales causados en la jurisdicción, terremotos, cosechas ruinosas o el sanguinario temporal haciendo daño por doquier, bien en la vega o en las llamadas islas erigidas a orillas del río de la Toba o del Río Grande. Y se caminaba, unas veces, a rastras por mor de la carestía, y otras, en burro pero con las alforjas medio vacías, y en ocasiones con cierta ilusión, pero la mente humana y sobre todo la guajareña, rompiendo moldes, se ha lanzado siempre a la conquista de la vida yendo a donde hiciera falta sin reticencias. Al hilo de la historia no vendrá mal desempolvar algunas costumbres o tradiciones ya caducadas, como la famosa rubia o peseta, y tantas y tantas otras. En el cauce del río de la Sangre, debajo de la era de la Cruz, figuraba la antigua presa de la fábrica de la luz que alumbraba a los guajareños, y donde se daba un remojón el que podía aliviando los acaloramientos tras rematar la labor o haber cruzado los Palmares, la cuesta de Panata u otra loma limítrofe. En verano los vecinos llenaban sus frigoríficos, es decir, cántaros y pipotes, en el barranco de las Huertas, en la fresca Minilla, yendo como a milagroso balneario, y donde la bulliciosa juventud celebraba a menudo las onomásticas o cumples con desenfadas meriendas u otros eventos, dando pie a chispeantes conversaciones y situaciones, despuntando por entre aquellos destartalados riscos y espesura arbórea de frutales dulces efluvios, tiernos brotes de amor. Y se hacía la trilla en la era ofreciendo un magnífico espectáculo circense, sobre todo para los más pequeños, que se volvían locos subiendo a aquellos viejos cacharros, esquiando por la nieve de paja como en fantásticos trineos, pese a las altas temperaturas. Los novios, cuando hacía buen tiempo, se sentaban a la puerta de las casas al oscurecer moviendo de continuo los labios como mordiendo, y tragaban saliva a borbotones, algo nerviosillos, domeñando los deseos con los ojos entornados ante la atenta mirada de mamá política, que cosía y descosía a su antojo algún roto de pana, cual otra Penélope, o abría en canal un ojal poniendo los puntos sobre las -íes. En las épocas propicias, los muchachos iban a la rebusca de aceituna o almendra recorriendo los esquilmados terrenos y mojoneras, soñando con unos arrimillos para sus gustos, garbanzos tostados, tortas o rico helado mantecado o quizá un cigarrillo. Cada año tenía lugar la fiesta de los quintos de reemplazo, al tallarse en el Ayuntamiento, compartiendo un opíparo almuerzo de carne de borrego o lo que cayese en la olla o sartén regado con mosto de la tierra, aunque siempre con la mirada puesta en el incierto destino. Los niños pastores, con un hatajo de cabras o piara de marranillos se movían a sus anchas por barrancos y riberas, como otrora el poeta oriolano Miguel Hernández. Las correrías de los chavales por la vega huyendo del guarda, ¡que viene el sacasebo!, parecía que gritaban acongojados, viéndose obligados a brincar a la desesperada por balates y acequias burlando la metralla, dando alguno de ellos con los huesos en el calabozo que por esos momentos había, si bien habrá que señalar que tal recinto fue un tiempo coqueta carpintería, donde se hacían mesas, reclinatorios, bancos y banquetas para la iglesia y la escuela, así como trajes para el último viaje. Y en el crudo mes de enero, tenía lugar en la plaza del pueblo la representación del teatro del sufrido gallo, que se diría para sus adentros a buen seguro lo mismo que Jesucristo en la última cena, que alguien le traicionaría, siendo atado de pies y manos y colgado boca abajo revoloteando con los estertores de la muerte, hasta que llegaba el golpe de gracia de una mano invidente que hiciese de verdugo, previo pago a los mayordomos de los correspondientes arbitrios y aranceles. Por otro lado, el bullicioso baile en la Placilla, donde unos traviesos urdidores entregaban monedas por un tubo para el cambio de pareja, entrando en juego los celos y rencillas, siendo amenizado por el grupo musical por excelencia del pueblo, con José Cano abuelo a la cabeza, con soberbias actuaciones nunca lo suficientemente valoradas, tocando con maestría y salero guitarra y bandurria con acompañamiento de botella de anís, platillos o zambomba deleitando a propios y extraños, bailando conjuntamente abuelas y nietos. Y luego estaban los bautizos con su estruendosa lluvia de monedas volando por los aires, cayendo sobre las cabezas y corazones de chicos y grandes, gritando todos al unísono, roña, roña, siendo los grandullones los que se llevaban la mejor tajada. Y en llegando el día de la Virgen se transfiguraba todo, y se paralizaban todos los relojes del mundo, era lo más grande, colocándose en la plaza y calles colindantes tenderetes o puestos de turrón, peladillas, polícromas banderolas, así como vetustas casetas atiborradas de golosinas y raros artilugios, aunque lo más aplaudido eran los fuegos artificiales con improvisados cohetes en todo tiempo y lugar, sobre por el camino de la Cruz durante la procesión, y luego el centro por antonomasia de los fuegos, el castillo, un esplendoroso despliegue de luces y meteoritos y ruedas incandescentes en la plaza desafiando la gravedad, cual ratas voladoras, y como broche a tanto ensueño, la traca final, que convertía en claro día la espesa oscuridad de la noche. Y se jugaba a las charpas, lanzando al aire las dos monedas ganando los más afortunados en el juego, que no en el amor. En Semana Santa enmudecían las campanas, y rugían las carracas como enjaulados leones, exhalando pesarosos lamentos que horadaban los corazones y ventanas del alma, mezclándose con heridas saetas como la de Machado, "Quién me presta una escalera/ para subir al madero/ para quitarle los clavos/ a Jesús el Nazareno"... evocando a algún ser querido. Y así mismo las bodas, que constituían todo un bullanguero acontecimiento, procurando que tuviese un buen novio la hija, sin darse al vino o al juego, olvidándose ese día de las estrecheces, y las comuniones, que se echaba la casa por la ventana, llevando ricos trajes y cubriendo de flores todos los rincones creando un paraíso feliz. Y se daban las cencerradas, por el ayuntamiento de la pareja tras haber permanecido separada un tiempo, o bien, de nueva creación pero sin que hubiese invitación, y se realizaba en medio del sepulcral silencio nocturno, cuando disfrutaba de la ansiada luna de miel. En ocasiones acontecía que algún novio impaciente perdía los estribos, subiendo a un tranvía llamado deseo, cual célebre galán de Hollywood rumbo a Río Grande, a un bancal o a la era impulsado por la libido, dejando por el camino olvidada alguna prenda o lágrima. En el área industrial, se hallaban a pleno rendimiento los tres molinos -el del Río, el de la Fuente y el del grano-, que bregaban a la sazón en la villa, abasteciendo de combustible a visitantes y lugareños, con abundante aceite y pan tierno, así como la industria del esparto, las esencias de romero, la siega, la monda motrileña o vendimia francesa. Y para terminar, dar las gracias a los organizadores, a todos los asistentes y compañeros de viaje por su envidiable labor creativa, llevándolo a cabo contra viento y marea, aunque se atraviese el más áspero de los desiertos.

domingo, 3 de abril de 2022

Inconsistencia

Lo inconsistente se cae por su propio peso. Rosendo rumiaba las fragancias de una rosa al estallido de la primavera, evocando los líricos rizos de J.R.J. en su poética aseveración, “No le toques ya más/, que así es la rosa” //. Y nunca alcanzaba a tejer en sus mentales procesos que la efímera flor, harto deslumbrante y coqueta, fuese tan fugaz y frágil, cual súbita estela en el espacio o en el azul del mar, por muchos cimientos de oro con los que se arropase su aura, de forma que sus principios tengan el mismo cariz o sintonía en lo referente a las raíces que la nutren y trajeron al mundo. Según reza en el ADN de los humanos, por muchas puyas o desaires que exhiban sacando músculo son mortales a machamartillo, dándose la mano la cuna y la sepultura, como tan ingeniosamente lo recrea la pluma quevedesca, siendo como dos eslabones de la cadena existencial. Rosendo repostaba siempre que podía tomando el café matutino, aunque llegado a un punto de la cumbre, como el mítico Sísifo con la roca a cuestas, se derrumbaba por la inconsistencia de las alegaciones argumentales u otras disquisiciones al uso que arribasen a su hábitat, cual fuerza mayor para sofocar tal furor, toda vez que en la infancia ya se le troncharon bruscamente los brotes verdes de su primavera cayéndole el alma a los pies, al perder los estribos de la mesura, el compás de la partitura que interpretaba en sus cantados pensares, siendo presto pasto de las llamas de una descarnada inconsistencia, viéndose impulsado a levantar cabeza capeando el temporal, desbordado por el caudal de un río de incomprensión, siendo arrastrado por la turbia corriente del vivir. Él, un tanto sigiloso, intentó coser los rotos de las maltrechas vestiduras, poniendo a buen recaudo las virutas y tronco del árbol caído gestionando un lugar seguro, como ocurre en la guerra protegiéndose del bombardeo enemigo en un búnker, y haciendo de tripas corazón lo inconsistente y fugitivo se le vuelve muy a su pesar sustento de vida, un estadio síquico de raras hechuras elaborado a ciegas y contra reloj, sacando a la luz lo sensato que dormía en el interior del alma, recibiéndolo al cabo con los brazos abiertos. Y la duda, oh la duda, como apunta el filósofo, es un fidedigno latido del existir, que convive con la ignominia y las puñaladas por la espalda junto con la cizaña que germina en determinados horizontes o mustias macetas del andar por casa, y no dar un golpe en la mesa con consistencia fulminando lo fútil, los golpes bajos, el descalabro que aguarda detrás la puerta. Las volátiles ideas o movedizas arenas, como el terreno que se desplaza clandestinamente mientras lo demás duerme en sus laureles, siembran la zozobra, la incoherencia de los pasos perdidos sometiéndolo a un perenne declive, al no generar muros de contención, instalando certidumbres a manos llenas en los vaivenes del tren de la vida, y retorne a su entorno la contrastada consistencia sacando las castañas del fuego, y broten tallos nuevos en su mundo cultivado. Así mismo los seres humanos se mueven o dibujan a veces los sueños por inconsistentes encrucijadas ahogando los conductos de las gargantas, propiciando un vacuo batiburrillo o maremágnum que nadie entiende. De esa guisa se ningunea lo más elemental y palmario del discurrir humano, al poner en práctica la ley del embudo, aplicando baremos u otras extrañas pautas que desafían la ley de la gravedad intelectual. Y en esas sendas indescifrables del vivir se quiere construir un mundo nuevo, un mundo artificial inteligente, como el artificio robótico, alimentado por unos espurios entes con poderes supuestamente sobrenaturales contemplados bajo el prisma de un flaco pensamiento, echando por tierra los cánones y directrices señeras del raciocinio clásico, dando volantazos sobre la marcha proyectando caminos de Santiago por el espacio aéreo o diferentes rutas por los laberintos del globo sin poner los pies en el suelo, atropellando a todo bicho viviente, a los indefensos peatones cruzando el paso de cebra. No se explica la ceguera o rudeza en ocasiones de las divagaciones humanas en el devenir de los días perdiendo el norte, la brújula en alta mar entre tiburones sin remordimiento, corriendo el riesgo de chocar con la barca de algún pirata o acaso con la de Caronte que no anda muy lejos, eclipsando los rutilantes destellos de la sabia inteligencia. Aunque cueste creerlo, lo inconsistente es el pan nuestro de cada día, el compañero de viaje que se lleva en el equipaje, y no hay más remedio que cambiar de tahona, a fin de no exponerse a lúgubres huracanes o necios temporales sin corazón.

martes, 15 de febrero de 2022

CREPÚSCULO

Estaba la pareja, como aquel que dice, dormida en los laureles, en sus balbucientes brotes haciéndose, cuando en la verbena de las fiestas de la Virgen de la Aurora del pueblo interpretaba la orquesta la canción, “A lo loco, a lo loco se vive mejor”, y con las mismas comenzaron a bailar con tal arrebato que pronto bordeaban la extenuación. La última pieza musical que pudieron aguantar fue “Ansiedad”. Al poco tiempo de la festiva función, tras el derroche de amorosos movimientos por la pista decidieron descansar a fin de recuperarse, encendidos como se sentían por los meneos y roces de los ardientes ritmos de las melodías. Y llegado el momento tomaron asiento, y pidieron un gin tonic al camarero intentando poner freno a tan desesperada fogosidad, atemperando los impulsivos anhelos que alimentaban sus espíritus. Y una vez superado el súbito sofocón, volvieron a la pista con aires nuevos. Cuando ya crecían las sombras por calles y plazas refrescando la tarde, se miraron fijamente a los ojos como si quisieran fundirse los dos en uno, y sopesando sobre qué camino tomar en esos instantes de excitación, acordaron coger el coche que acababan de estrenar a la entrada de la primavera, y se trasladaron a una playa cercana a darse un baño a la puesta de sol, disfrutando a sus anchas de la naturaleza y los ardorosos fulgores del ocaso, o bien, darse un cálido paseo por las orillas del mar, gozando del salado murmullo de las olas. Y en ésas andaba inmersa la pareja, tras el vertiginoso fuego crepuscular envolviendo la atmósfera. Mientras tanto, masticaban las primaverales y juveniles fragancias del amor, pensando en un ubérrimo porvenir, montando el día de mañana un nido donde refugiarse de las tempestades o el furor de los rayos solares, realizándose como personas en alegre y grata compañía. Por tal época de sus vidas andaban aún titubeando sobre los proyectos, los sueños, recapacitando a cerca si los sentires del uno se amoldarían a los del otro, llegando como fruta madura, o acaso fuesen verdes tallos sin sentido navegando a la deriva, y expuestos, cual volubles veletas, a los envites del viento. Y en esas entremedias, después de patear los rincones y parajes costeros más sugestivos se sentaron plácidamente en una roca, donde acostumbraba a hacer su nido un pajarito, y emergía toda rebelde de las aguas marinas la roca, rompiéndose inmisericordes las olas contra ella. Durante un tiempo se dedicaron a contemplar el encanto del cielo, sus secretos olores y pulsiones, la gama de colores y sugerentes resplandores escrutando lo que ocultaban tras su majestuosa estampa, quedando abducidos, al percatarse del inmenso corazón del crepúsculo que, aunque fuese harto fugaz y los abandonase presto a su suerte, ellos, nadando en sus fibras, en un mar de ilusiones, de albas se abrazaron efusivamente, y pese a que la noche caía con toda su cohorte de estrellas, incertidumbres y misterios, quedaron profundamente embaucados por los inconmensurables efluvios crepusculares, los deslumbrantes destellos, y, tomándolos como testigos del momento se juraron amor eterno, sellándolo meses más tarde ante la autoridad competente. Con el paso del tiempo, al inicio de la primavera, con no poco alborozo y contento celebraba la pareja el paso que dieron en aquel sublime y afortunado crepúsculo, quizá el más venturoso y fructífero que vieron sus vidas.